“En el crepúsculo de la tarde entrerriana Antonio surcaba
las cuchillas de la ruta once de regreso a casa, con el camión
lleno de fruta y el cuerpo molido por un día interminable. El
serpenteo continuo le provocaba cierta diversión. Esto y la radio
lo transportaban a otro mundo, pasajero y descansado.
En el límite intangible entre la luz y la noche, se aferraba
a no encender las luces del camión, tratando de robarle unos
segundos a la penumbra. En ese relámpago de oscuridad, tuvo...”
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