“Cuarenta y tres días habían pasado. Norberto crecía en espíritu
y se convertía en hombre sin saber. Cuarenta y tres días
había durado la transferencia genética de afectos y sinceramientos.
Entre los dos, habían logrado abrir el universo, y lo
miraban sorprendidos. Usaron la metáfora y cocieron en olla
de barro la sencillez. No había cuentas atrasadas, no aparecieron
sábanas sucias, no se miraron con culpa. Y se abrazaron
sin dolor.”
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